Por Luis Eduardo Álvarez Martínez, Cyber Threat & Innovation Lead
En la era de la conectividad constante, la seguridad se ha integrado de forma natural en nuestra experiencia como usuarios. Al desbloquear el móvil con el FaceID, la huella, un PIN, utilizar la autenticación de dos factores para realizar una transferencia o revisar si la web en la que estamos navegando es de fiar. La ciberseguridad actúa de manera silenciosa, protegiéndonos sin fricciones y sin que la experiencia del usuario se vea interrumpida.
De lo cotidiano a lo corporativo
Cuando trasladamos esta rutina al entorno corporativo, la perspectiva del usuario cambia. Un fallo de seguridad digital deja de ser un problema individual para convertirse en un riesgo que puede afectar a toda una organización, en su economía, estrategia y reputación.
La ciberseguridad ya no es solo un tema técnico, sino también una dimensión cultural. El impacto asociado se refleja en la percepción que los usuarios y otras marcas tienen sobre la organización, lo que puede traducirse en una disminución de la adopción de sus productos y en una pérdida de confianza. Según el informe de IBM de 2025, el coste medio global de una brecha de seguridad ascendió a 4,44 millones de dólares, por lo que contar con soluciones avanzadas y resistentes resulta esencial para reforzar la seguridad, proteger los datos de los usuarios y reducir riesgos reputacionales y económicos. Esta necesidad de fortalecer la seguridad digital ha impulsado la evolución de los procesos de verificación de identidad y autenticación biométrica, que se han consolidado como elementos clave a medida que las interacciones y servicios se trasladan al entorno digital. Un onboarding digital sin fricciones, que combine agilidad y seguridad, facilita la incorporación de nuevos clientes.
Ciberseguridad: una cuestión de equilibrio
Hoy la seguridad digital ya no es un universo aislado, sino un idioma común para todos, usuarios, organizaciones y Estado. Hablamos de proteger la identidad, la información y su integridad, tanto en casa como en el trabajo.
Con los años he observado que los usuarios muestran una mayor disposición a aceptar pequeñas fricciones —como pasos adicionales de verificación— cuando perciben que aportan una protección real. Este cambio cultural refleja una madurez digital creciente: la seguridad ya no se percibe solo como una barrera, sino como un componente esencial de confianza, aunque esta aceptación sigue siendo limitada.
No obstante, el verdadero reto surge al equilibrar la experiencia y la seguridad: cada interacción debe tener un propósito claro y aportar valor real, evitando pasos innecesarios que solo generan frustración. Por otra parte, la adopción de tecnologías frictionless permite proteger a los usuarios y las organizaciones mientras elimina barreras innecesarias, ofreciendo una experiencia fluida y segura que refuerza la confianza y facilita la adopción.
Un ejemplo claro de cómo este equilibrio puede materializarse es el sistema de verificación antiestafas de la Unión Europea: cuando el nombre del destinatario no coincide con el titular del IBAN, se genera una alerta. Una fricción mínima que puede prevenir millones en fraudes.
Cada vez más, las empresas entienden que la ciberseguridad debe ser una prioridad. Hoy, el diseño y la protección ya no compiten; se complementan. Tecnologías como la biometría o el inicio de sesión único (SSO) hacen que los procesos de autenticación sean amigables a la par que seguros. En estos casos, la seguridad es casi invisible, pero esencial.
El objetivo no es optar por la seguridad o la experiencia, sino integrarlas de manera natural. Cuando esto sucede, la protección digital deja de ser percibida como una barrera y se convierte en un elemento de confianza tangible.
La regulación como brújula
El tercer pilar de esta convergencia es la regulación. Durante años, las normativas se han percibido como un freno, pero hoy se entienden como una guía. Ejemplo de ello es el nuevo sistema europeo de Entrada/Salida (EES), que utiliza biometría para reemplazar el sellado manual de pasaportes, agilizando y automatizando los procesos fronterizos. En este marco, soluciones como las de Facephi implementan tecnología biométrica cumpliendo con estándares regulatorios y de privacidad. Por ejemplo, Facephi cumple con la ISO/IEC 27001:2022, lo que garantiza la confidencialidad, integridad y disponibilidad de la información, asegurando que la verificación de identidad sea segura y cumpla con los requisitos legales y de protección de datos.
Adaptarse a los marcos regulatorios requiere tiempo, reflexión y estrategia: la seguridad no puede ser improvisada. Las normativas no solo definen estándares de protección, sino que también promueven la privacidad del usuario y ayudan a las empresas a construir entornos de confianza. Lejos de únicamente imponer límites, las regulaciones ofrecen un camino, una guía que establece responsabilidades compartidas y mínimos de transparencia y seguridad.
El punto de unión: la confianza
Una empresa que prioriza únicamente la seguridad puede parecer rígida. Una que se enfoca solo en la experiencia se expone a vulnerabilidades. Y una que ignora la regulación arriesga su legitimidad.
Cuando seguridad, experiencia y regulación se gestionan de manera equilibrada, se genera un efecto que va más allá de la suma de sus partes: confianza. Confianza de los usuarios, credibilidad frente a los reguladores y certeza de que los procesos son fiables y transparentes.
Un ejemplo de esta convergencia se encontraría en nuestro caso de éxito con Banrural, que buscaba ofrecer a la comunidad migrante un acceso ágil y seguro a servicios financieros digitales. Aplicando los tres ejes de manera integrada con nuestra tecnología, el banco consolidó la confianza de sus clientes y facilitó la adopción de cuentas digitales, de forma que ahora suman el grueso de su negocio
Finalmente, solo quedaría destacar que la convergencia de seguridad, experiencia y regulación no es una tendencia: es el nuevo estándar de éxito y confianza en el entorno digital.